Puede que cuando abras un periódico, enciendas la tele o mires a tu alrededor, encuentres muchas cosas que no te gustan de este mundo en el que vivimos. Personas que sufren, animales que son maltratados, naturaleza que es destruída. La política es una vía para intentar solucionarlo pero suele ser bastante ineficaz o, por lo menos, demasiado lenta. Pero la ‘economía consciente’ sí puede ser una vía más rápida para provocar cambios.
La comida consciente
Mira por ejemplo el veganismo. Ante las atrocidades de la industria cárnica, tanto a través de la tortura animal como las consecuencias medioambientales de la agricultura extensiva para alimentar a esos maltrechos animales, algunas personas dijeron: “yo no quiero participar en eso”. Concretamente, el primero que lo dijo y acuñó la palabra veganismo fue Donald Watson en 1944 para diferenciar sus razones éticas de no consumir carne ni nada que provenga de los animales, del vegetarianismo.
En ese momento probablemente estaba él solo y podría pensar que su objeción de conciencia no tendría ningún impacto. Pero mira los resultados en la actualidad. Cada día hay más personas que se han unido a este movimiento y la industria ya no puede ignorarlo. Se han producido cambios en la industria de la restauración, que está obligada a tener en cuenta las necesidades de sus clientes veganos, y en los supermercados tradicionales también hay cada vez más oferta.
En la misma línea está el consumo de productos procedentes de la agricultura ecológica, que elimina pesticidas y fertilizantes químicos que acaban contaminando ecosistemas y llevándose por delante toda la vida que hay en ellos. Muchas personas prefieren pagar más por una lechuga libre de químicos y saber que con su ensalada no está empujando un poco más a este mundo al abismo.
La moda que explota
Otro foco en el que se puede poner consciencia es la industria de la moda, o de lo que se conoce como ‘fast fashion’. Las multinacionales más conocidas del sector subcontratan empresas que explotan a los trabajadores de países en vías de desarrollo y contaminan sus ríos y mares para abaratar costes y darnos a los consumidores los tejanos baratos que estamos exigiendo. Pero también está creciendo cada vez más el movimiento opuesto, que no quiere contribuir con su dinero, ni con la ropa que lleva a alimentar estas actitudes.
Esto incentiva también a que personas que han trabajado en la propia industria textil digan basta y creen marcas que demuestran que las cosas se pueden hacer de otra manera, como la CEO de la marca Latitude, María Almazán. Que una empresa puede seguir siendo rentable sin aspirar al máximo de rentabilidad ni exprimir los recursos hasta la última gota.
La cosmética sostenible
Afortunadamente esta tendencia también ha llegado a la industria de la cosmética, que solo en España factura al año más de 6.600 millones de euros. Todo ese dinero que sale de nuestros bolsillos está validando los ingredientes, la ética laboral y el impacto medioambiental de estas empresas y, si no sabemos cuáles son, es porque no les hemos exigido una transparencia en estos ámbitos.
Actualmente hay cada vez más marcas que se crean con una vocación sostenible y con la intención de demostrar que se puede hacer un producto de máxima calidad y que esté a la moda, teniendo un impacto positivo en la sociedad y neutro en el medio ambiente.
Los consumidores somos quienes decidimos en qué mundo queremos vivir con las pequeñas decisiones que tomamos cada día. Por eso es imprescindible que tomemos consciencia de nuestro poder y que seamos exigentes con las marcas que compramos para que comuniquen de forma transparente cuáles son sus valores y saber si están alineados a los nuestros. Así será una forma de hacer algo, aunque sea pequeño, para que el mundo no esté como cuentan en los medios de comunicación.
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