Después de una adolescencia ochentera, cuando salir de casa sin ir maquillada como una puerta con colores intensos y exceso de brillo, no era una opción, llegué a los 30, con la entrada del nuevo siglo, y como otras muchas mujeres de mi generación me uní a la tendencia minimalista del look ‘cara lavada’. Una liberación porque, bien mirado, seguir la moda del momento me permitía ahorrar tiempo y dinero.

Pero entonces llegaron los 50…

Los cambios no ocurren de un día para otro, pero paulatinamente, una empieza a notar cómo las líneas de expresión se marcan más; o cómo la piel, antes tersa y luminosa comienza a apagarse al tiempo que las facciones se van transformando. De la mirada, mejor ni hablar… 

Seamos sinceras, la cara cansada no favorece a nadie. Llegado ese ‘punto de dolor estético’, era el momento de dar una nueva oportunidad al maquillaje, adaptarlo a esa nueva realidad y convirtiéndolo en un aliado de la rutina de belleza, capaz de camuflar complejos.

El maquillaje transforma algo más que tu apariencia

El maquillaje es un buen combustible para la autoestima, especialmente en la edad madura. Es natural querer verse mejor, y si tenemos la posibilidad de conseguirlo con un golpe de brocha, ¿por qué reprimir ese deseo? 

Frente a quienes consideran el maquillaje como una forma de perpetuar la idea de mujer-objeto o un medio para adaptarse a los cánones de belleza, prefiero abrazar la idea de que tenemos en nuestra mano una herramienta de autoexpresión que, lejos de hacernos perder autenticidad, podemos utilizar para redefinir nuestro estilo. Nos ofrece la oportunidad de reajustar nuestra imagen, alinearla con nuestra personalidad, apuntalar nuestra seguridad y proyectar cómo nos sentimos en esta etapa de la vida. Un toque de color en el rostro puede marcar la diferencia. ¿Por qué resignarnos a vernos con el rostro cansado si con un poco de colorete y nuestro labial preferido podemos sentirnos mejor? 

Lo que a mí me funciona a mis 50 

El maquillaje no tiene por qué convertirse en una máscara, si tú no quieres; es un as en la manga que puede devolver vitalidad a un rostro maduro.  Aquí van las reglas básicas, esas pautas de oro universales que siempre funcionan y nos hacen sentir más cómodas en nuestra propia piel: 

1. Opta por bases ligeras e hidratantes, que unifiquen el tono sin cubrir en exceso.
2. Haz del corrector un pequeño aliado y amplía su radio de acción más allá de las ojeras. Aplicado en puntos clave (bajo el arco de las cejas, en las comisuras de los labios o en el surco nasogeniano), ayuda a rejuvenecer facciones.
3. Los iluminadores son también para la piel madura. Su uso no está reservado para jovencitas que persiguen una piel de cristal, son también un must para conseguir un aspecto fresco y contrarrestar ópticamente la flacidez o las imperfecciones.
4. El colorete nunca falla. En tonos suaves, como melocotón o rosa, transforma ipso facto una tez cetrina en una buena cara.
5. En los ojos, menos es más. Mejor aplicar sombras neutras, delinear sutilmente y dar una pasada de máscara para ‘despertar’ la mirada de forma natural. 
6. Labios siempre bien hidratados. Con la edad tienden a perder volumen y resecarse. Los labiales de texturas hidratantes y con un ligero brillo les aportan un aspecto más jugoso y voluminoso.

Dicho esto, y parafraseando a numerosas maquilladoras: las reglas están para romperlas, porque independientemente de la edad, el maquillaje nos da también la posibilidad de disfrutar o dar rienda suelta a la creatividad. No hay por qué limitarse a un look sobrio, clásico o conservador porque es lo que se espera de una mujer madura. Lo que realmente importa es que lo que hagas y lo que ves en el espejo te haga sentir bien, te dé confianza y te eleve la moral. Y si prefieres unos foxy eyes o unos labios al rojo vivo, nada te lo debería impedir ¿Mi opción? Siempre blush… ¿Cuál es la tuya?